60 años: Kathryn Rutan, SP

(Hermana Jean Patrice)

Hace diez años, la hermana Kathryn Rutan, natural de Montana, dirigía la congregación internacional de la comunidad religiosa desde su sede de Montreal como primera superiora general no francófona.

Este Jubileo, su 60º, la encuentra de nuevo en El Salvador, donde llegó por primera vez en 1995 con otras cuatro hermanas para establecer una misión en este país centroamericano asolado por la guerra civil.

«Kitsy» regresó a El Salvador el pasado otoño para ayudar a revitalizar un ministerio destinado a proporcionar becas y habilidades para la vida a jóvenes de familias campesinas de la región de Jiquilisco, formada por muchas comunidades pequeñas, entre ellas La Papalota y Ángela Montano.

El Salvador está literalmente a un mundo de distancia de Great Falls, Montana, donde ella era una de seis hermanos y se educó en escuelas católicas. Inspirada por las obras de las hermanas y su ejemplo, tras su graduación en 1954 ingresó como postulante en las Hermanas de la Providencia. «Fueron cruzados; fueron proféticos en su tiempo y siguen siéndolo, para mí», ha dicho. «Ocupamos nuestro lugar en los márgenes para ser la voz de la gente que no tiene voz».

Su rumbo no ha vacilado

Emitió sus primeros votos en 1956 en el Monte San Vicente de Seattle. Su celo por vivir y trabajar con los pobres y desfavorecidos ha estado en el corazón de cada ministerio, incluyendo 15 años de enseñanza en los niveles elemental, secundario y universitario, 13 años en la administración y liderazgo provincial, y cuatro años como superiora en Mount St. Joseph en Spokane. Ha trabajado con residentes de Montana con bajos ingresos, ha sido observadora internacional del retorno a la democracia en Haití, ha ayudado a instalar estufas en hogares de Guatemala con Providence Health International y ha sido superiora interina de la comunidad local Providence en Winooski, Vt.

A pesar de las sacudidas de los turbulentos años sesenta, sacudidos por el Concilio Vaticano II y los movimientos por los derechos civiles y contra la guerra, su rumbo no ha vacilado. Entró en la comunidad religiosa para trabajar por la paz y la justicia y ayudar a los pobres y los desvalidos. «La comunidad siempre me ha proporcionado los medios para hacerlo», afirmó. «Nunca ha limitado en modo alguno mi capacidad y mi deseo de servir del modo en que me sentía llamada».

Abraza al pueblo de El Salvador

En la actualidad, acoge a familias salvadoreñas, anima a sus jóvenes a solicitar el Programa de Becas Providencia y ofrece a los adultos oportunidades para rezar y compartir la fe. Su capacidad de comunicación es ahora mejor, gracias a los 10 años que lleva trabajando en las tres lenguas oficiales de la congregación: francés, inglés y español.

Pero el pueblo salvadoreño siempre ha entendido su corazón y su compasión, aunque no sus palabras.

Cuando Kitsy entre en la celebración del Jubileo de la provincia, su corazón estará lleno de gratitud por todo lo que ha sido y todo lo que será.